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Entre otras sutilezas, la arquitectura japonesa nos enseña a jerarquizar el espacio a través de su relación con la naturaleza y su percepción en el tiempo. El concepto de ma (espacio-Tiempo) nos habla de una manera especial de entender los espacios arquitectónicos en su relación con el jardín, como idealización de la naturaleza y a través de unos intervalos de espacios llenos y vacíos que se relacionan en el tiempo.
En este contexto, nadie se extraña de realizar distintas actividades en los diferentes espacios que componen la vivienda. La función del lugar no depende del espacio sino del uso que se realice en él. Sin embargo en nuestra arquitectura tradicional asociamos los espacios a la función que realizamos en ellos; así el espacio donde comemos se denomina comedor, donde dormimos, dormitorio y así sucesivamente. Nadie en su sano juicio comería en el dormitorio, evidentemente no es el lugar apropiado para desarrollar esa actividad y la propia semántica de la arquitectura nos indica que estamos fuera de lugar.
Esta diferenciación de espacios por usos y su necesidad de diferenciación y separación, ha degenerado en una fragmentación del espacio original en una suerte de fractales habitacionales, donde no importa la calidad de los metros cuadrados que habitamos, sino el número de habitaciones que poseemos.
Sin embargo podemos optar por un modelo más innovador de entender los espacios, o quizás deberíamos decir de usarlos. En un espacio caben tantas experiencias como seamos capaces de vivir entre sus muros, sin límites, sin restricciones de uso, sin tabiques disuasorios.
En un espacio único podemos tejer los mimbres que formarán nuestra vida, definir nuestras propias de reglas de juego, dormir en el sofá, leer en la cocina, y, ¿por qué no?, comer en el dormitorio. Solo hay que atreverse a romper los paradigmas…